Doi:
https://doi.org/10.17398/2340-4256.15.139
RIQUEZA Y
CULTURA ECONÓMICA EN LA ESPAÑA DEL SIGLO XVI. LA PREDICACIÓN DE TOMÁS DE VILLANUEVA
EN TIEMPOS DE FRANCISCO DE VITORIA
WEALTH AND ECONOMIC CULTURE IN SPANISH SIXTEENTH CENTURY. THE PREACHING
OF TOMÁS DE VILLANUEVAIN TIMES OF FRANCISCO DE VITORIA
Clemente
López González
Universidad Francisco de
Vitoria
José Ignacio Ruiz Rodríguez
Universidad de Alcalá
Recibido: 30/07/2019 Aceptado: 23/09/2019
Resumen
A comienzos del siglo XVI la
cultura española estaba experimentando una profunda transformación. El paso de
la cultura medieval a la cultura moderna corría parejo a la creación del Estado
moderno y a la difusión de la economía capitalista gracias a la riqueza
generada por la llegada de los metales preciosos y el comercio con las Indias.
La sociedad española se debatía entre lo tradicional y lo nuevo. Los códigos de
conducta y los valores heredados del pasado eran cuestionados, cuando no
sustituidos, por otros nuevos.
En este contexto uno de los temas
que más reflejan ese mundo cambiante es el del ascenso de un grupo humano en la
hasta entonces rígida jerarquía social. Ese grupo era el de las personas que se
estaban enriqueciendo rápidamente gracias al cambio económico que se estaba
operando. La palanca que les impulsaba en su acenso social era la riqueza que
acumulaban, la cual también les convertía en un modelo para la imitación de
muchos otros.
Sin embargo, la acumulación de
ganancias generaba muchos recelos e, incluso, rechazo para la moral tradicional
defendida y predicada por la Iglesia Católica. Además, la conducta y actitudes
de ese grupo humano no solo eran censurables para la moral de la época, sino
que también, en tanto que podían ser contagiosas para el resto de la sociedad,
debían ser denunciadas y, en la medida de lo posible, reconducidas hacia
valores más consonantes con la tradición de la Iglesia.
Es en este contexto en el que se
encuadra la predicación de Tomás de Villanueva contra los peligros morales de
la riqueza y contra las actitudes y conducta de los ricos. El conocimiento de
los contenidos de la predicación de uno de los más excelsos predicadores de la
España del siglo XVI se revela como un valioso acercamiento a la cultura
económica de la época. A diferencia de teólogos y académicos, los predicadores
centraban sus esfuerzos no en profundizar en el conocimiento teórico de los
grandes temas, sino en persuadir a sus fieles de no caer en conductas y
actitudes contrarias a la moral o, si ya habían caído, de cambiar su estilo de
vida. Por esta razón, por medio de la lectura de los textos conservados de los
predicadores, podemos descubrir la mentalidad, las creencias, las ideas de la
gente de la época.
Santo Tomás de Villanueva nos
revela en sus sermones su gran conocimiento del pensamiento de la Iglesia sobre
la riqueza, fruto de su formación universitaria en Alcalá. Nos muestra, al
mismo tiempo, su fidelidad al magisterio eclesial, actualizado en España por
Francisco de Vitoria y la Escuela de Salamanca. Pero, sin duda, lo más
revelador de la predicación de nuestro santo es su agudeza para captar la
mentalidad y contradicciones de la conducta de los ricos y de los que, sin
serlo, compartían su avaricia y codicia, así como su capacidad para remover
conciencias y provocar cambios de conductas. Sin duda alguna, la burguesía, de
la cual estos nuevos ricos fueron precursores, consolidaría su ascenso social
en los siglos posteriores. Pero eso no significa que en su horizonte cultural
no quedara incluida de una u otra manera la conciencia de una responsabilidad
social hacia los más desfavorecidos. Algo que Tomás de Villanueva y otros
muchos predicadores no dejaron nunca de reclamar.
Palabras clave: España en el siglo XVI, oratoria sagrada, riqueza, Tomás de
Villanueva.
Abstract
At the beginning of the 16th century, Spanish
culture was undergoing a deep transformation. The transition from medieval to
modern culture was running on par with the creation of the modern state and the
spread of the capitalist economy, thanks to the wealth generated by the arrival
of precious metals and trade with the Indies. Spanish society was torn between
the traditional and the new. The codes of conduct and values inherited from the
past were questioned when not replaced by new ones.
In this context, one of the issues that reflect
that changing world the most is the rise of a human group in the hitherto rigid
social hierarchy. It was the group of people who were quickly getting rich,
thanks to the economic change that was taking place. The wealth they
accumulated was the lever driving them in their social ascent, making them at
the same time a model for imitation of many others.
However, the accumulation of profits also
generated many misgivings and reject by the traditional morals defended and
preached by the Catholic Church. In addition, the behavior and attitudes of
that human group were not only objectionable for the morals of the time, but
also, insofar as they could be contagious for the rest of society, they should
be denounced and, as far as possible, redirected to values more consistent with
the tradition of the Church.
It is in this context that Tomás de Villanueva's
preaching is framed against the moral dangers of wealth and against the
attitudes and behavior of the rich. The knowledge of the contents of the
preaching of one of the most excellent preachers of the sixteenth-century
Spain, is revealed as a valuable approach to the economic culture of the time.
Unlike theologians and academics, the preachers focused their efforts not on
deepening the theoretical knowledge of the great themes but on persuading their
faithful not to fall into behaviors and attitudes contrary to morals or, if
they had already fallen, to change their lifestyle. For this reason, from
reading the preserved texts of the preachers we can discover the mentality,
beliefs and ideas of the people of the time.
Santo Tomás de Villanueva, reveals to us in his
sermons his great knowledge of the Church's thought about wealth as a result of
his university education in Alcalá and, at the same time, his fidelity to the
ecclesial teaching, updated in Spain by Francisco de Vitoria and the School of
Salamanca. But, without a doubt, the most telling thing about the preaching of
our saint is his keenness to capture the mentality and contradictions of the
behavior of the rich and of those who, without being so, shared their greed and
avarice and their ability to remove consciences and provoke behavior changes.
Without a doubt, the bourgeoisie, of which these were its precursors, would
consolidate its social ascent in later centuries. But that does not mean that
in their cultural horizon the awareness of a social responsibility towards the
most disadvantaged will not be included in one way or another. Something that
Tomás de Villanueva and many other preachers never stopped proclaiming.
Keywords: sacred oratory, Spain in the sixteenth century, Tomás de Villanueva,
wealth.
I.
introducción
A comienzos del
siglo XVI, la sociedad española estaba experimentando una profunda
transformación vinculada al paso de una cosmovisión medieval a una cosmovisión moderna
y expresada en lo cultural por el movimiento humanista y renacentista. De
la misma manera, esta transformación cultural se correspondía, en lo político,
con la aparición del Estado moderno y, en lo económico, con la expansión de una
economía capitalista de corte mercantilista. Naturalmente, en el seno de
aquella sociedad, estas transformaciones generaban tensiones internas que se
manifestaban en posturas contrapuestas entre los partidarios de la defensa de
la tradición y los que abrazaban la modernidad.
Uno de los planos
en los que mejor se puede apreciar estas transformaciones es el de la cultura
económica.[1]
Pero, para adentrarnos en ese campo de estudio es necesario utilizar fuentes
que no necesariamente respondan a lo que entendemos desde el presente de la
lógica económica actual de oferta y demanda. Creemos que, entre esas fuentes,
destacan, en el siglo XVI, los sermones de los predicadores. Estos sermones, si
bien es verdad que fueron aplicados de forma oral, nos han llegado en gran
número a través de las transcripciones escritas. Dentro de ese corpus documental, resulta especialmente
idóneo para el presente trabajo la recopilación de los sermones de Santo Tomás
de Villanueva recientemente publicada.[2]
Si la predicación, en términos generales, es una fuente muy valiosa para el
conocimiento de la cultura y la mentalidad de una época,[3]
la predicación de Santo Tomás de Villanueva, por su magnitud y por la altura
intelectual y moral de su autor, resulta una fuente privilegiada para
adentrarnos a nuestro pasado.
Dentro del amplio
abanico de elementos que componen la cultura económica de una época, uno de los
temas clave es la idea que se tiene de la riqueza y la actitud social hacia los
ricos y su enriquecimiento. El objetivo de nuestra investigación es, mediante
el análisis del contenido de los sermones de uno de los más grandes
predicadores del siglo XVI, verificar tres hipótesis. La primera afirma que el
pensamiento de nuestro santo sobre la riqueza se identificaba plenamente con la
tradición de la Iglesia, tradición de la que de modo paralelo también se
alimentaba la Escuela de Salamanca.[4]
La segunda es que Tomás de Villanueva, gracias a la formación recibida en la
Universidad de Alcalá, fue capaz de integrar el humanismo renacentista y la
tradición escolástica en una oratoria perfectamente adaptada a su audiencia;
comunicaba con un lenguaje sencillo, diferente al de los filósofos y teólogos,
las mismas ideas que se estudiaban y debatían en las universidades sin
desdibujar su contenido y significado.[5]
La última hipótesis establece que, desde el contenido de la predicación de
nuestro autor, se pueden conocer con más profundidad las mentalidades y las
actitudes sociales de una España en la que latían grandes tensiones. Estas
tensiones eran consecuencia de la fractura social provocada por el empuje de
una modernidad que venía de la mano del creciente desarrollo de una economía
dineraria.
Nuestra intención
ha sido que el análisis de los sermones dedicados al tema de la riqueza fuera
lo más exhaustivo posible. Hemos centrado nuestra atención en determinar cuál
era el origen de la riqueza, qué diferencia había entre su dimensión moral y
económica, cuál era la finalidad de su uso y a qué consecuencias llevaba su mal
empleo. En definitiva, la idea de riqueza que tenía un predicador que también
fue profesor universitario, teólogo y arzobispo, y que se apoyaba en la
tradición moral de la Iglesia y en la tradición intelectual de Occidente. Como
predicador, utilizó un lenguaje distinto al de la cátedra universitaria para
llegar a la gente. De este modo, por una parte, pretendía denunciar los abusos
morales en los que podían incurrir los nuevos grupos sociales que estaban
dedicados a la actividad mercantil. Por otra, trataba de movilizar las
voluntades contra los desequilibrios sociales en la distribución de la riqueza.
Dentro de los
nuevos grupos sociales generados por la modernidad, el de los mercaderes es objeto
especial de nuestra atención. La razón de ello es que ellos eran, a comienzos
del siglo XVI, los portadores de una nueva mentalidad capitalista,
caracterizada por la búsqueda racional del beneficio económico y el deseo de
autonomía moral en sus prácticas.
II. La idea de riqueza a comienzos del siglo XVI y
sus orígenes
A comienzos del
siglo XVI, la idea de riqueza comúnmente admitida en todo el mundo occidental
era la desarrollada por la Iglesia a lo largo de la Edad Media.[6]
Se inspiraba fundamentalmente en la Biblia, pero también en el pensamiento
grecolatino y en la enseñanza de los Padres de la Iglesia. Sin embargo, había
importantes diferencias entre la moral escolástica y las ideas de los primeros
cristianos. El primitivo ideal cristiano de la pobreza había dado paso a una
visión de la riqueza en la que lo importante no era su posesión sino su uso.
Riqueza y pobreza eran de designio divino y Dios había asociado un fin a ambas.[7]
Otra cuestión era la del enriquecimiento. Para la Iglesia medieval, la lógica
económica no tenía una finalidad de crecimiento (que es lo propio de un sistema
capitalista), sino de búsqueda de un orden armónico. Se consideraba que el
mundo estaba provisto de abundantes bienes para sus pobladores. Pero el reparto
de esos bienes no había sido equitativo. Precisamente por esa razón, el
enriquecimiento que algunos habían logrado llevaba consigo la obligación de un
reparto a los desfavorecidos, cuya vía era la práctica de la caridad. Una
práctica a la que la Iglesia llamaba insistentemente y que se convertía en
obligación para todos los cristianos.
Por otra parte,
para una mentalidad que se basaba en el orden social y buscaba un equilibrio en
lo económico (como era la mentalidad medieval), no correspondía a las personas
cambiar la posición que tenían asignada en la jerarquía social. El
enriquecimiento venía de manera natural y se derivaba de los derechos de
conquista o como recompensa por los méritos adquiridos. Su finalidad no era
tanto la riqueza sino el poder y triunfo de una comunidad articulada en el seno
de una civilización en expansión.[8]
La adquisición de tesoros o botines se derivaba más de una función guerrera y
heroica que mercantil.[9]
Por otra parte, el patrimonio feudal estaba fuera de la lógica de la propiedad
privada. Cumplía una función social de condominio mediante el cual una parte
iba para el sostenimiento del guerrero y para continuar su función, mientras
que la otra parte iba para el productor directo. El mecanismo en su conjunto
constituía un régimen que era soportado con lo que se conoce como Renta Feudal.
Esta era la esencia de aquel sistema que poco tenía que ver con el posterior
régimen de separación de factores de producción, en el que tanto el factor
trabajo como el factor capital debían ser remunerados, éste último en forma de
beneficios.
En las
universidades, el pensamiento escolástico era la expresión de ese orden
armónico de la sociedad medieval. Para los escolásticos las riquezas habían
sido creadas por Dios y entregadas a los hombres para su uso. Debían
disfrutarse moderadamente no sólo para ser compartidas con el prójimo, sino
también para que quienes las poseían se mantuvieran en la virtud. Santo Tomás
de Aquino, siguiendo a Aristóteles, distinguía entre las riquezas naturales,
formadas por los bienes que cada cual necesitaba para la satisfacción de sus
necesidades vitales y las riquezas artificiales como el dinero, que es un
invento del hombre para facilitar el intercambio.[10]
Aunque el Aquinate era consciente de que las necesidades vitales podían ser
elásticas, éstas no eran infinitas y, por tanto, tenían un límite.[11]
En cambio, el deseo de las riquezas artificiales sí era infinito y podía llevar
a una concupiscencia nunca saciada. En definitiva, las riquezas artificiales
eran el origen del pecado de avaricia.
Santo Tomás,
hombre de su época, trataba de conciliar las ideas de Aristóteles con la
realidad de su tiempo, realidad que hemos descrito como un orden corporativo y
estamental. Compartía la idea de que cada persona formaba parte de uno de los
cuerpos o estamentos para cumplir su fin, que era la búsqueda de armonía. Según
esta concepción, el enriquecimiento no sólo debía producirse únicamente por
medios lícitos, sino que también quedaba fijada la medida de la riqueza de la
que cada uno había de disponer. Se debía ser tan rico como correspondiera a su
rango u orden social.[12]
Buscar más riquezas de las necesarias de acuerdo con la propia posición en la
jerarquía social era considerado avaricia, y ésta era pecado mortal. Naturalmente,
en los siglos siguientes de pleno desarrollo capitalista, la tradición
escolástica fue respondiendo a las nuevas realidades de movilidad social.
Ya en la plenitud
medieval, el desarrollo de la economía dineraria empezó a modificar algunos
fundamentos de la economía medieval, aunque el gran cambio vino tras la crisis
bajomedieval. Entonces comenzó a variar, sobre todo en la Europa occidental, la
naturaleza de la riqueza.[13]
Al mismo tiempo, comenzaron a cambiar las convicciones morales.
Fue en Italia
donde aparecería por primera vez una nueva actitud hacia la riqueza. Ésta,
aunque seguía subordinada a la virtud, empezó a ser reconocida como fuente de
honor, felicidad y fama. Su adquisición pasó a ser deseable incluso cuando iba
más allá de lo estrictamente necesario. Ante esto, el pensamiento escolástico
tuvo que intervenir haciendo matices y aclaraciones a la doctrina para atender
a los cambios que la nueva realidad imponía y legitimar las nuevas prácticas
capitalistas. El afán de ganancias era un fenómeno nuevo en el Renacimiento. Es
verdad que siempre había habido individuos arrastrados por el deseo de
enriquecimiento; la mayoría de ellos eran magnates y príncipes. La novedad
estaba ahora en que nuevos grupos sociales participaban de estas ambiciones y,
sobre todo, en la creación de una nueva vía de enriquecimiento a través del
comercio. En otras palabras, la concepción medieval de la riqueza fue
declinando en los siglos bajomedievales a la par que iba apareciendo otra forma
de riqueza —la mercantil—, que se perseguía por vías diferentes a las
tradicionales y sobre la cual pronto se empezó a denunciar, por parte de
moralistas y teólogos, la desorbitada codicia que provocaba. La ganancia
mercantil, sobre todo cuando era mucha, seguía considerándose como algo poco
ético. Pero, al mismo tiempo y a pesar de todo, se iba abriendo paso una nueva
estimación social por las riquezas así obtenidas.
En la época
prerrenacentista, como fase previa al cambio de valoración del fenómeno del
enriquecimiento, se produjo el fenómeno del auge del lujo.[14]
Se diferenciaba del lujo de otras épocas, en primer lugar, por sus amplias
dimensiones y, en segundo lugar, porque no se derivaba de los tesoros sino de
las mercancías. Entre los siglos XV y XVI se intensificó el ansia de manifestar
con ostentación la posesión de grandes riquezas. Se deseaba enriquecerse para
manifestarlo públicamente y con ello no tanto ayudar a los más necesitados como
ganar fama y honra. De esta forma, la unidad de pensamiento característica de
la Edad Media comenzó a desvanecerse en el siglo XVI y fue sustituida por una
mayor diversidad de opiniones.[15]
Esta diversidad
estaba muy conectada con la aparición del Estado moderno y también con la
ruptura de la unidad religiosa y la aparición de las Iglesias reformadas. De
esta forma, la caridad perdió, especialmente en el campo protestante, la
posición central que había mantenido en el sistema económico medieval. Para los
reformadores, la salvación se conseguía por la fe, sin la necesidad de las
buenas obras. Gradualmente la acción más impersonal de los poderes públicos fue
convirtiéndose en la gran proveedora de ayuda para los pobres, no ya en forma
de caridad, sino por medio de una legislación más adecuada.[16]
No resulta extraño que, siglos después y tras la revolución industrial, se
llegaría a un estadio final en el que se alcanzaría una total secularización
del enriquecimiento, afirmando su plena autonomía frente a la moral.
III. La aparición de la economía dineraria en españa
En el siglo XVI,
la economía dineraria como manifestación visible del incipiente capitalismo
mercantil se había convertido en uno de los rasgos distintivos de los comienzos
de la Edad Moderna también en España.[17]
En paralelo a la expansión de la economía dineraria, tuvo lugar la creación y
desarrollo del Estado moderno. Aunque la presencia del dinero en la actividad
económica se remontaba a muchos siglos atrás, lo cierto es que sólo a partir
del declive del feudalismo y el surgimiento de la economía de capitalismo
mercantil y de incipiente mercado podemos hablar de una verdadera economía
dineraria, pues ésta suponía no sólo el empleo habitual y en cantidades
significativas de la moneda metálica, sino también la utilización de otras
formas de dinero y de instrumentos de cambio y crédito.
Por otra parte,
el Estado moderno, representado en España en la Monarquía Hispánica, se
enfrentaba no sólo a los profundos cambios económicos impulsados por el
descubrimiento y colonización del Nuevo Mundo, sino también a los retos de
índole religiosa y, por extensión, de índole cultural derivados de la reforma
protestante. En esas coordenadas se desarrolló una renovación del pensamiento
cristiano, obra en buena medida de la llamada segunda escolástica, que no era
otra que la ya citada escuela fundada por Francisco de Vitoria. Esta escuela
era mucho más que una mera continuación de la escolástica medieval; era
tradición más renacimiento y humanismo.[18]
El hombre
moderno, encarnado en la figura de mercader, concebía la idea de riqueza por
medio de esa representación abstracta del dinero. Mientras que el hombre
medieval, caracterizado por la figura del señor feudal,
entendía la riqueza en términos de dominio territorial y objetos valiosos que
podían ser atesorados, el hombre moderno, gracias a la moneda, tenía un modo
nuevo de reconocer y medir la riqueza.
En España la
importancia de esta trasformación fue muy notable. Supuso el paso del modelo
económico feudal fundamentado en una producción de base agropecuaria orientada,
principalmente, a la autosuficiencia y con escaso dinamismo financiero a un
nuevo modelo de crecimiento económico fundamentado en la monetización de la
economía como era el modelo del capitalismo mercantil.[19]
Por otra parte, de la atomización del régimen monetario de la época feudal, que
se correspondía con la fragmentación política, se fue dando paso a un régimen
político crecientemente centralizado y unificado. Novedades como la aparición
de la inflación a causa de la llegada masiva de plata y oro americano, la
desaparición de los pagos en especie y la difusión de los juros eran signos
claros de los nuevos tiempos.
En resumen, en
Castilla en particular y en toda la Monarquía Hispánica en general, a lo largo
del siglo XVI, la circulación del dinero llegó a un volumen nunca visto hasta
entonces. La moneda española pasó a ser la más apreciada en el resto del mundo.
Todas estas circunstancias fueron objeto de atención no sólo por parte de los
escolásticos españoles, comenzando por las lecciones que el propio Francisco de
Vitoria impartía desde su cátedra en la Universidad de Salamanca[20],
sino también por predicadores como Tomás de Villanueva.
Es conocido que
el crecimiento de la circulación monetaria fue transformando las instituciones
sociales en favor de un mercado que se ensanchaba sin parar. Las relaciones
económicas se tornaron cada vez más impersonales. Así mismo, la mayor facilidad
para acumular riqueza en forma de dinero sin duda propició que el deseo de
riqueza creciera a medida que crecía la economía de mercado. También se fueron
generalizando los préstamos dinerarios a pesar de la reprobación moral de la
usura y la sustitución de los pagos de renta feudal en favor de los pagos
salariales de la fuerza de trabajo. Toda esta nueva actividad económica, junto
a las transformaciones que se estaban dando en el ejercicio del poder político,
influirían en la conformación de una nueva mentalidad y, por tanto, una nueva
cultura que en el Siglo de Oro hispánico se traduciría en el choque cultural
entre la sociedad caballeresca del honor y la sociedad del beneficio.
El incremento del
uso del dinero produjo un gran impacto sobre la sociedad de los siglos XV, XVI
y XVII, lo que originó numerosas críticas moralizadoras. Sin embargo, mientras
muchos mercaderes utilizaban procedimientos poco éticos para aumentar sus
ganancias, otros formulaban consultas a teólogos y a sus propios confesores
ante un beneficio que consideraban excesivo. Esto produjo reflexiones y
críticas que serían la base de una parte nada desdeñable de la moderna teoría
económica. En cualquier caso, lo que resultó difícil de evitar fue que el vicio
de la codicia no creciera a la par de la expansión de la economía dineraria.
Desde el momento
en que se aceptó que cada uno se esforzara por conseguir el nivel de riquezas
que personalmente le correspondía, independientemente de su posición en la
jerarquía social, se abrió una amplia oportunidad para la legitimación de la
actividad acumuladora de riquezas. A fin de cuentas, todo pasaba a depender del
criterio, fácilmente variable, acerca de lo que cada uno juzgara subjetivamente
sobre el “estado” que le correspondía en la estructura social. La riqueza por
sí misma, como título legítimo de ennoblecimiento al modo que lo son la virtud
y el linaje, gradualmente iría pasando a ser principio normalmente aceptado por
la doctrina. El burgués (artesano o mercader) pasaba a ser el representante de
los nuevos tiempos y de la nueva mentalidad.
José Antonio
Maravall afirmaba que según el parecer de muchos observadores de la época había
un vicio cardinal, un pecado general que destacaba sobre el resto: la codicia.[21]
El eterno pecado de la codicia había sido ya duramente atacado durante los
siglos medievales. Junto con la condenación del lujo y la vanagloria fue uno de
los temas más populares tratados por los predicadores en el otoño de la Edad
Media.[22]
Pero en el siglo XVI la codicia, alimentada por las riquezas procedentes del
comercio trasatlántico, se generalizaría con redoblada virulencia. Francisco de
Vitoria, considerando que las riquezas son un simple medio, advertía que los
ricos estaban en un “estado peligroso”, es decir, muy expuestos a caer en el
pecado, no sólo en el pecado de avaricia, sino en otros más.[23]
Por otra parte, siguiendo a Tomás de Aquino, recordaba que el apetito de
riquezas podía desembocar en avaricia, bien porque se desearan las que exceden
al estado y condición propios de cada uno, o bien porque se desearan con ansia
las que no lo exceden.[24]
Y si, por una parte, sería la codicia uno de los vicios que más duramente
criticaría Tomás de Villanueva en sus sermones, por otra, las cuestiones
morales generadas por ese comercio serían también objeto de análisis por parte
de los doctores de la Escuela de Salamanca.[25]
Así pues, a
principios de la modernidad, el apetito de riquezas adquirió un carácter más
generalizado. Eran muchos más los que entonces aspiraban a enriquecerse. El
auge económico de los siglos XV y XVI daba la oportunidad a más gentes de
enriquecerse por nuevas vías. Su consecuencia fue una mayor movilidad social
que se manifestó en la aparición de ese grupo social intermedio en el que se
encontraban menestrales, artesanos, mercaderes, letrados, burócratas, oficiales
e incluso labradores ricos.
No obstante, hay
que destacar que no todo era nuevo. La mentalidad de los tiempos de la economía
tradicional agraria no se rompió. En la mente tradicional agraria se consideraba
que si alguno se enriquecía era por apropiarse de lo que era de otro. Esta
forma de pensar es comprensible si se tiene en cuenta que, en la economía
tradicional, las posibilidades de aumentar la producción eran tan limitadas que
difícilmente alguien podía incrementar sus ingresos partiendo sólo de los
medios de los que disponía. Pues bien, esa idea de un patrón fijo de producción
continuó pesando sobre
Por otra parte,
aquellos hombres enriquecidos gracias a la generalización del uso del dinero,
entre los siglos XV y XVI, lograron alcanzar sus aspiraciones de poder y
estimación social. Algunos de ellos acabaron haciéndose indispensables para los
reyes como prestamistas. Todo eso les dio el prestigio que fue el factor
decisivo en su mejora de nivel en la estratificación social. Había nacido un
nuevo tipo humano, el burgués, con
poder e influencia crecientes y cuya mentalidad y valores se extenderían más
allá del mundo de los comerciantes y artesanos.[26]
IV. Breve apunte sobre la semblanza de Tomás de Villanueva
Tomás García
Martínez nació en 1486 en Fuenllana, lugar donde se había refugiado su familia
al parecer huyendo de una epidemia desatada en Villanueva de los Infantes.[27]
En esta última villa vivió hasta que fue enviado a estudiar a la recién creada
Universidad de Alcalá. En esta Universidad salió licenciado en Artes con la
primera promoción de estudiantes en 1510.[28]
Su buena fama y méritos como estudiante habían hecho que el Cardenal Cisneros
lo seleccionara para que fuera colegial en el recién inaugurado Colegio Mayor
de San Ildefonso. En 1512, con 26 años, alcanzó el grado de maestro en Artes y
licenciado en Teología. Su formación, se alimentó no sólo de las enseñanzas y
testimonios de los más destacados maestros de su tiempo, sino también de las ideas
humanistas que circulaban y que en Alcalá encontraban gran acogida, entre las
que se encontraban las ideas de Erasmo.[29]
En 1513 impartió un curso de lógica y filosofía con excelentes resultados. Tal
fue la fama docente alcanzada en tan sólo un año que fue invitado a que ocupara
la cátedra de filosofía natural en la Universidad de Salamanca.
Sin embargo,
acabado el curso académico abandonó la universidad y decidió entrar en la orden
de los agustinos, no sin antes haberse informado y haber reflexionado sobre
cuál debía ser la mejor opción. El padre Salón nos cuenta que hechas estas
diligencias eligió la orden de los agustinos por “su regla santa y ejemplar y observancia razonable”[30].
Allí cambió su apellido García por el de Villanueva. En 1517 profesó y dos años
más tarde ya era prior del convento de Salamanca. Tras una etapa de visitador y
reformador pasó a ser provincial en 1526. Entre 1520 y 1521, a instancias de
sus superiores comenzó su labor de predicador alcanzando extraordinaria fama y
resultados.[31]
Su experiencia vital y formativa tanto como estudiante de la Universidad de
Alcalá como religioso agustino se trasladó a su labor predicadora, labor propia
de un teólogo humanista asentada sobre una sólida base agustiniana.[32]
En 1544, fue
llamado a ocupar la complicada sede arzobispal de Valencia. Allí, su labor
pastoral dejó una huella indeleble. Cuatro años después de su llegada, en 1548,
convocó un sínodo del que salieron unas reformas que serían un adelanto de lo
que después se aprobaría en Trento. Además, fundó un seminario diocesano para
la formación del clero. Pero, sobre todo, en Valencia, destacó por su ejemplo
de caridad y misericordia con los necesitados. Predicó no sólo de palabra, sino
también con su propio ejemplo la limosna a los pobres.
Tomás de
Villanueva fue no sólo ejemplo adelantado de clérigo y evangelizador de una
Iglesia renovada y adaptada a los nuevos tiempos, sino también un modelo de
humanista del Renacimiento volcado a la caridad cristiana. Su canonización en
1658 fue un verdadero acto de confirmación y proclamación oficial de la
santidad ya reconocida en vida por sus fieles.
V. La riqueza en los sermones de tomás de villanueva
La idea de
riqueza en Santo Tomás de Villanueva está ligada a su visión de los recursos
naturales. Según nuestro santo, siguiendo a los Padres de la Iglesia, Dios dotó
a la naturaleza de abundantes recursos naturales para que el hombre no
padeciera escasez. Además, los dotó para su utilización en común. Pero el
egoísmo humano hizo que, por derecho positivo, los hombres se apropiaran de
modo desigual de tales bienes, surgiendo así las desigualdades sociales, los
ricos y los pobres.[33]
Por esta razón el hombre justo debía reequilibrar el reparto de los bienes. Así
lo expresa en uno de sus sermones:
Porque Dios y la propia naturaleza produjeron un mundo
suficiente, más aún, superabundante y rico para los hombres y les tienen puesta
una opulenta mesa en los campos, en los ríos, en los árboles, en las aves, en
los ganados y los peces, aunque los hombres se multiplicaran por diez y más.
Pero la exagerada sobreabundancia en manos de muchos ha engendrado pobreza
dentro de un mundo rico. Pues cuando uno lleva a su mesa cincuenta clases de
manjares, obliga a que cincuenta personas no tengan una sola ración que
llevarse a la boca. Y cuando otro tiene guardadas cincuenta mudas en el
armario, fuerza a que cincuenta no tengan ni una sola que ponerse. Y si uno
tiene a reventar de trigo sus graneros, obliga a que otro le falte el pan mar
cernido y el chusco de pan de cebada [...]. El hombre debe ser justo frente al
prójimo en el reparto de los recursos temporales. Porque, como asegura Ambrosio
en su libro sobre “Los deberes”, la naturaleza lo hizo todo común, y este mundo
no es otra cosa que una especie de heredad perteneciente a todos los hombres,
aunque el derecho positivo haya establecido la propiedad privada, daño lugar a
lo mío y lo tuyo entre los pueblos. De ahí la explicación de Clemente: El uso
de todo lo que hay en el mundo debía de haber sido común a todos, pero la
maldad llevó a decir a uno que esto era suyo y a otro que aquello era de él, y
de este modo, por derecho de gentes, se consumó el reparto de bienes entre los
mortales gracias a la perversión humana. Porque es un principio de justicia que
en una heredad común nadie puede apropiarse de lo superfluo con perjuicio de
los demás. ¿Pues qué padre que fuera equitativo y justo, si tuviera diez hijos,
consentiría de buen grado que uno de ellos se apropiara de toda la heredad o de
la mayor parte de ella, dejando a sus hermanos en la miseria?[34]
Tomás de
Villanueva admite la propiedad privada, pero siempre que ésta sea compartida
con los más desfavorecidos. “Pero, aun estando permitido el acceso a la
propiedad por derecho positivo, es también de justicia que, si alguno se ha
adueñado de los recursos naturales comunes en grandes cantidades, distribuya lo
que le sobra a los que lo necesitan”.[35]
En este sentido, Tomás de Villanueva comparte plenamente la idea defendida por
la Escuela de Salamanca de que el dominio de los bienes obliga a sus
propietarios a ayudar a los necesitados no sólo por caridad, como defendía
Domingo de Soto, sino también por justicia en caso de necesidad extrema, como
defendía Pedro de Aragón.[36]
La conclusión es clara. “Así pues, ésta es la primera parcela de la justicia:
que cada cual saque del acervo común que hay en la naturaleza para darlo a los
demás, y que no sea demasiado agarrado en quedárselo, y si dentro de lo que
permite el derecho tiene excedentes, que sea equitativo y generoso en
repartirlos”.[37]
Nuestro
predicador distingue las riquezas temporales de las espirituales. Afirma que
las riquezas temporales no son ni buenas ni malas, depende de lo que haga con
ellas su dueño, y no deja de reconocer que gracias a Dios hay mucha gente que
las emplea en obras buenas. Las riquezas espirituales, como la paciencia, la
humildad o la castidad, por su parte, siempre son buenas.[38]
Incluso hay un tercer tipo de riquezas que siempre son malas: las riquezas en
pecados.
Las palabras de
nuestro santo nos hablan de la ambivalencia de las riquezas. Son un don de
Dios, pero también un peligro. Las riquezas son un don de Dios a los hombres,
pero si se utilizan bien. El problema es que los ricos no piensan que las
riquezas de este mundo sean un regalo recibido; no se consideran distribuidores
sino dueños.[39]
Por eso, Tomás clama y alerta contra los peligros de poseer abundantes
riquezas. Para ello recurre a numerosas comparaciones. Un ejemplo que repetirá
más de una vez es el de las riquezas comparadas con las espinas.[40]
En otro sermón
explica cómo obran las riquezas en las conciencias de las personas. Hay gente
que escucha en la iglesia la palabra de Dios, pero, tan pronto como ponen el
pie fuera, todo lo que acaban de oír se evapora y no sirve de nada a causa de
las mil preocupaciones por culpa de los negocios. Por eso da el consejo de que
procuren arrancar las espinas de estas preocupaciones, pues “. . . por más que
los ricos y voluptuosos lo disimulen y exteriormente parezcan felices, cuando
se ven perdidos y han gastado inútilmente el tiempo, ¿qué sentimientos pensáis
que experimentan? Con certeza, las que antes les parecían rosas, se darán
cuenta de que han sido espinas bien punzantes, y las que antes se les antojaban
delicadas flores, ahora las lamentarán como zarzas ensangrentadas. El que se
gozaba en medio de todo esto, ¡cómo sufrirá al verse al abrigo de los
zarzales!”[41].
Tomás de
Villanueva para llegar mejor a su audiencia y hacerles comprender el peligro de
las riquezas establece diversos razonamientos cargados de imágenes y de
analogías. En contra de lo que piensa el pueblo, afirma que éstas no son
verdaderas riquezas por tres razones: porque son deleznables, porque son
exteriores y porque son efímeras. Son deleznables porque el oro y la plata no
son otra cosa que tierra amarilla y pálida. Por eso, gastar la vida entera en
almacenar riquezas es una gran equivocación y una necedad. Decir que son
exteriores significa que puede tenerlas cualquiera, por necio y malo que sea.
Pone el ejemplo de un hombre de Etiopia que fuera necio y torpe. Con mil arcas
llenas de oro, ¿sería mejor persona o más sabio? Con las riquezas no se puede
comprar la habilidad, el ingenio, la memoria, la prudencia, la sinceridad, la
madurez, la fuerza, la belleza o la magnanimidad. Por último, son temporales y
efímeras porque se pierden con suma rapidez.[42]
Si las riquezas
no son verdaderas riquezas, tampoco acapararlas es una honra sino una infamia,
un vituperio. En primer lugar, porque son viles, como los ojos de los besugos,
dignos de burla. Tampoco sirven para tener abundancia de cosas materiales
porque al aumentar sus riquezas el hombre se preocupa más por no perderlas y
además aumentan sus necesidades. No es rico el que mucho tiene sino el que poco
necesita. Las riquezas más bien hacen al hombre indigente. “Pues, el que antes,
cuando era pobre, podía contentarse con poco, al crecer en él los bienes de
fortuna, creció también el desasosiego, crecieron las necesidades, porque
necesita muchas cosas para sí, para sostener su posición social, para los
hijos, para la servidumbre, para el boato, y de ese modo se ha hecho más
necesitado y le aprietan muchísimo más los gastos. Según Boecio nadie necesita
más cosas que el que más tiene”.[43]
Para finalizar,
Villanueva también predica sobre el valor de las cosas. Distingue, en primer
lugar, las cosas que son valiosas en sí, como por ejemplo el oro. Así, el oro
es más valioso porque es más precioso que la plata, y la plata más valiosa que
el cobre porque es mejor metal. También reconoce que hay cosas que son valiosas
en relación con la estima que se tiene de ellas, por ejemplo, las perlas
grandes o algunas gemas. En realidad, éstas valen mucho, no por su valor
intrínseco, podríamos decir, sino por su estima, es decir, en términos
económicos, por su demanda.[44]
Todo ello le sirve para compararlo con el hombre, cuyo valor está en no
apreciarse, y su vileza, paradójicamente, es mayor cuanto es mayor su aprecio y
estimación. En definitiva, con este ejemplo está llamando a la humildad, a
resistirse a esa tendencia antropológica de aspirar a mejorar tanto en la
escala social como en el bienestar material y en la posesión de riquezas. Así,
“el labrador quiere ser escudero; el escudero soldado; el soldado señor; el
señor conde; el conde general; el general rey; el rey emperador”[45].
Esta ambición, se lamenta, es la que lleva a que los señores abusar de los
criados y vasallos con cargas desproporcionadas, a que los mercaderes y otros
hagan infinidad de contratos falsos, de usuras, de rapiña, etc. El remedio está
en conformarse con la posición social en la que se está. Con ello se podrá
llevar una vida feliz. Recordando a San Bernardo sentencia que no hay alegría
sino en la humildad.
VI. Mentalidad y actitudes de los ricos
Tomás de
Villanueva no ahorra críticas contra los hombres ricos, pero no por ser ricos sino
por el modo como emplean sus riquezas. En un momento de cambio económico y de
cambio de actitud social hacia los ricos, los sermones de nuestro santo contra
los ricos son una extraordinaria aproximación no sólo al pensamiento de la
Iglesia sobre este tema en vísperas de Trento, sino también una vívida
descripción de la mentalidad de quienes eran considerados socialmente como ricos y la actitud de éstos hacia el uso
de sus riquezas.
Tres caminos hay
por los que un pobre puede llegar a ser rico, según nos cuenta el sermón de
Villanueva, tres caminos que nos muestran el aquí y ahora de comienzos del
siglo XVI. Primero, por la paga y favor de otro. Un ejemplo: el rey nombra
comendador a uno que era pobre y éste con una renta de mil ducados anuales se
convierte en rico. Segundo, por la habilidad de los negocios. “Uno es pobre y
partiendo de los pocos recursos que tiene, procura negociar; es habilidoso,
leal en las promesas, trabajador, y en breve tiempo amasa no pocos bienes de
fortuna”.[46]
Y tercero, por la suerte. Por ejemplo, cuando alguien excavando en su casa o en
el campo encuentra un tesoro. Sea cual sea la vía para el enriquecimiento, no
hay nada reprobable en ninguna de las tres. El mal está en el indebido uso de
las riquezas, como nos lo recuerda en su comentario sobre la parábola del pobre
Lázaro. Para Tomás, el hombre rico que no tiene misericordia con el pobre
Lázaro está condenado a perpetrar infinidad de crímenes y a ser arrojado al
infierno eterno. Sin embargo, Tomás advierte que “… todas estas miserias no hay
que atribuirlas exclusivamente a las riquezas, aunque éstas sean muy
peligrosas, sino al mal uso de ellas. Ahí tenéis a Abrahán, que fue rico y
ninguno de estos males le ocurrió”[47].
El ejemplo de Abraham nos acerca a la idea de Tomás de Villanueva sobre lo que
debía ser un rico ejemplar. Abraham daba limosna y vivía austeramente. “Así
debe ser, de modo que el que suspira por el reino, tome del mundo
exclusivamente lo necesario para alimentarse y vestirse”.[48]
Tomás no es nada
condescendiente con los ricos. Sus palabras son duras. “Oh ricos inanes del
siglo! ¿Por qué os esforzáis en vano por saciar vuestra alma con bienes
creados, amasando placeres, renombre, refinamientos, propiedades, criados? ¿No
os sucede como a los hidrópicos que, cuanto más bebéis más sed os entra, y
cuanto más os infláis, tanto menos os llenáis?”.[49]
La parábola del
rico y del pobre Lázaro es también una excelente oportunidad para invitar a los
ricos a reflexionar sobre su conducta. En un sermón del domingo segundo de
Cuaresma, afirma que Cristo no menciona el nombre del rico para mostrar así su
rechazo a los ricos. “No nombra Dios sino a lo que tiene ser y existencia. Ser
rico, vivir bien, comer bien, no tiene ser; todo pasa…/…Pues no hace caso del
rico, porque fue tan olvidado de su salvación, pudiendo obrar bien y no lo
hizo, y por esto se condenó tanto como por sus pecados, aunque siendo rico y
teniendo las condiciones que tenía, que banqueteaba espléndidamente, que supone
que habría otros pecados, aunque no los nombra, pero echa mano del no haber
dado al pobre y teniendo tanto aparejo”.[50]
Tomás concluye tajantemente: “Ser uno jugador, malo es, carnal, etc., pero
tiene remedio. Pero que se halle hombre que no se halle una centella de
misericordia, éste ya no hay remedio. Ha llegado a lo último de la maldad”[51].
Un descarnado
retrato social es la descripción de la desdichada muerte que espera a los
ricos. “Están por una parte los hijos, los herederos, que están deseando esa
muerte: el día mejor es el de la muerte del bisabuelo y del tatarabuelo.
Merodea por otro lado, quejumbrosa, la mujer. Apremia la enfermedad. La
conciencia le acusa y no le es posible restituir. Ve que se va al fuego eterno
por culpa de sus riquezas que deja en herencia a sus hijos, que hablan mal de
él. Siente pesares y de nada le aprovechan; él por un lado restituiría, pero se
lo impide el buen nombre, la pompa, los hijos, etc. Entre sollozos, baja
desgraciadamente al infierno”.[52]
También critica
la estima social hacia los ricos. “Hombre, he aquí en qué paran los hombres
ricos que mal usan de sus riquezas, que no usan de misericordia. ¡Qué mal
juzgan los hombres que llaman a los ricos bienaventurados! David dice de éstos:
¡Dichoso el pueblo que esto tiene! Mira qué engañados están los hombres que, al
que mucho trigo, mucho dinero, tiene por dichoso y beato. ¡Oh necedad humana:
¡las riquezas, faustos, honra, que son camino del infierno, los tengan por
buenos! Y la pobreza, que fue alabada por la boca de Cristo, y siéndose esto
camino para el cielo, no se haga caso de ella”.[53]
En otro sermón
hace una curiosa crítica hacia los ricos que aman las riquezas. “Dice que era
rico. Unos hay ricos que poseen riquezas; otros que las aman. Poseerlas no es
mucho. Abrahán, Job y el mismo Dios son muy ricos. Yo traigo riquezas y gloria.
Mas amarlas es malo. Si crecen vuestras riquezas, no les deis el corazón. Tener
unos esclavos honra es, mas ser cautivo de ellos, grandísima afrenta. Los que
aman las riquezas son esclavos de ellas, pues ellas mandan y tú obedeces”.[54]
La otra cara de
la moneda son los pobres. Tomás insiste una y otra vez que hay que socorrer a
los pobres.[55]
También señala los peligros que corren los ricos si no ayudan a los pobres.
“Dios, para utilidad de los ricos, hizo que hubiera pobres, para que por estos
se salvaran aquellos, pues no tenían abierta ninguna puerta de salvación:
porque los ricos no ayunan, no trabajan duro, no sufren persecuciones, no
soportan asperezas, no hacen oración, implicados como están en sus negocios”.[56]
Continua en el mismo sermón comentando que Dios “. . . creó al rico por el
pobre, y al pobre por el rico. Al rico le concedió riquezas para que alimentara
al pobre, por eso se las multiplica y acrecienta; al pobre le dio la carestía,
las llagas y las penalidades, para que con todo esto moviera a compasión el
corazón del rico y éste se salvara. Por tanto, ricos amad a los pobres,
hermanos vuestros, redentores vuestros y favorecedores vuestros porque el reino
de los cielos es suyo”[57].
Finaliza diciendo que dar limosna no empobrece y que por comer un poco menos
para darlo a los pobres es un inconveniente menor. “Si se moderara la comida,
tendríamos suficiente para todos y sobraría”.[58]
Pero es verdad
que, como señala en otro sermón, hay ricos que no quieren dar limosna. Por eso
exclama: “¡Cuán justamente se quejará el Señor de los ricos el día del juicio!
Es como si un padre tuviese un administrador y le ordenase que de sus bienes
mantuviera a sus hijos, y llegándose a él los hijos, no quisiera ni vestirlos
ni calzarlos, sino que dijera: “Id a vuestro padre a que os vista y calce”. ¿No
se indignaría el señor contra su proceder? Así es como actúan los ricos, no
como el señor, sino como administradores, cuando dicen a los pobres: “Dios os
ayude”, es decir, id a vuestro padre”[59].
Para el santo de
Villanueva, la raíz de todos los pecados de los ricos es la avaricia. Recoge la
definición que da santo Tomás de Aquino sobre la avaricia y la explica: “Santo
Tomás dice: “Avaricia es un inmoderado amor de tener”. Decimos que es raíz de
todos los pecados, porque el hurtar, el trampear, el saltear, el ser usurero y
todas las otras que iremos mostrando, todas nacen de la avaricia”[60].
Siguiendo a la Sagrada Escritura afirma que no hay cosa más abominable que el
avaro. Si el pecado de Judas fue grandísimo “. . . aún es mayor el tuyo,
avariento, porque Judas vendió a Cristo por treinta dineros, y tú treinta veces
por un dinero lo juras, cuanto más que el pecado de Judas de avaricia procedió”[61].
La avaricia es
algo antinatural. “Mira que Dios se da a sí mismo y todas sus cosas las
reparte, y las criaturas hacen lo mismo. El sol te reparte su luz, la tierra
sus frutos, etc. Sólo tú, malaventurado, con tu avaricia eres inicuo y no
guardas la equidad y la justicia. ¿Qué cosa más inicua que, siendo Dios tan
liberal contigo, y dando y comunicándose a ti y todas las criaturas, tú seas
avaro con tus prójimos?”.[62]
A los ojos de
Tomás la avaricia está tan extendida que parece algo normal para sus
congéneres. “¿Qué mal tiene que yo ame las riquezas, que mire por mis cosas,
que no eche a perder mi patrimonio? ¿Es un pecado tan grande la avaricia como
para excluir del cielo al avaro? Que nadie os engañe, hermanos, con semejantes
palabras tan seductoras. Adórnalos cuanto quieras, aplica al oro bonitas
palabras: la avaricia es un pecado grave y perniciosísimo. El avariento va
contra la naturaleza, es un enemigo público, un ladrón disimulado, es un
sanguinario [...]. La naturaleza lo hizo todo común: lo mío y lo tuyo nacieron
del derecho de gentes; sin embargo, el avaro quiere que todo sea suyo, quiere
ser dueño de todo, él sólo el amo de los campos, de las viñas y heredades”.[63]
De la avaricia no
se libran ni los sacerdotes. “¡Oh execrable en grado sumo y necia avaricia la
de los sacerdotes! No tienen hijos, ni mujer ni herederos, ¿a qué viene la
avaricia?”.[64]
El episodio de la expulsión de los mercaderes del templo es utilizado por santo
Tomás para criticar la avaricia dentro del clero. Se inspira en la admiración
de san Jerónimo por el hecho de que los mercaderes cediesen con tanta facilidad
y abandonaran allí las monedas. La explicación según Tomás es fácil: la
autoridad de Cristo. Pero hoy en día “las iglesias se han convertido en lonjas
de contratación”[65].
También critica que se construyan magníficas iglesias con excesivo gasto y
ornato. Continúa predicando contra el enriquecimiento de la Iglesia. “Todas las
dignidades, beneficios, rentas, se obtienen previa negociación. Los clérigos se
han convertido en negociantes [...] La Iglesia de hoy está plagada de compradores
y vendedores de palomas. Todos buscan el lucro. Por él muchos se hacen
canónigos, por él muchos se hacen clérigos: para conseguir rentas de altar”.[66]
Siguiendo la
tradición católica del dominio común de los bienes de la naturaleza, señala en
una dura crítica social que el avaro se queda con todo lo que es naturalmente
común, que la ruina, el hambre y la necesidad del pueblo proviene del avaro:
¿O es que
pensamos que Dios no hizo los campos productivos y suficientes para todos y
que, al multiplicarse los hombres, los productos no lleguen para todos? No, de
ninguna manera: él lo proveyó con total suficiencia: sólo que la avaricia lo
echó a perder todo; pues mientras uno tiene cien mil fanegas en su silo, el
otro a la fuerza tiene que pasar hambre, porque al tener uno demasiado, al otro
no le llega; si cada cual recogiera lo suficiente, llegaría para todos. En
cambio, la sobreabundancia de unos es la pobreza de los otros. Una bien
abastecida mesa de aquellos, sus muchos vestidos y de los caros, su potencia en
bienes de fortuna, son las causas de la pobreza en el pueblo. ¿Pues qué, no
serían suficientes mil carretadas de pescado para todo el pueblo? Pero un solo
mayordomo se lleva toda la pesca a la despensa del rico. He ahí la falta y la
carestía del pueblo. ¿Acaso no es un enemigo del pueblo el que tanto daño hace
a la comunidad? ¿Y no es ladrón solapado el que pretende quedarse con todo?[67]
Tomás señala que
Dios hace justicia con esos avaros: les deja sin herederos para que esos bienes
se desparramen, se vendan o reviertan a la comunidad, o les da herederos que
son pródigos y derrochadores. “Así, vemos con frecuencia que de un padre
avaricioso sale un hijo despilfarrador por justa decisión divina: Dios hace, de
ese modo, que lo mal amontonado por el padre, lo desparrame el hijo con alguna
utilidad”.[68]
Otros calificativos para el avaricioso son los de matón, homicida y
sanguinario. Su comportamiento es aún más perverso porque no ayudan a los
pobres, sino que se aprovechan de ellos. “Paso por alto ahora a los que no sólo
no socorren a los necesitados, sino que, además, con fraudes y dolos, y
violencia, despluman a los pobres por sus deudas, ejerciendo acciones
judiciales con perjuicio de los pobres [...].”.[69]
Así, no es de
extrañar que la avaricia esté castigada con la condenación eterna. Pero la
misma avaricia es ya un castigo:
Tienen los
avarientos dentro de sí mismos el verdugo de la justicia divina: aquella sed
inextinguible, aquella hambre rabiosa, aquella polilla que les roe las entrañas
y no les deja descansar. Día y noche se requeman, les desgarran las
preocupaciones, las apetencias y los negocios; siempre suspicaces, siempre
recelosos; recelan de los de casa, recelan de los extraños, recelan de los
hijos, no se fían de nadie; mal vistos por todos, odiosos a todos, serviles,
obsesionados por vigilar su dinero. Si las cosas van mal, los atenaza el dolor,
se ponen enfermos; si el dinero se agota, se ponen lívidos, están continuamente
nerviosos y asustados. Dejando pasar su vida, pierden sus días acaparando para
otros.[70]
Para convencer a
los avaros de que cambien de actitud emplea incluso argumentos más propios de
las creencias populares. “Ea cristiano, mira en ello, que, si supieses que un
santo maldice una cosa, que cualquiera que la tocare, sea maldito, y luego le
alcanzase la maldición, un fuego de San Antón, otra semejante cosa, ¿quién
habría quien osare tocarlo? Pues, avaro, mira las maldiciones”.[71]
El origen de la
avaricia está en la soberbia y la ambición que llevan a querer progresar en la
escala social, algo que se ve con recelo desde la mentalidad tradicional:
Indudablemente no
en la necesidad, pues la naturaleza se contenta con poco, con lo imprescindible.
El hombre necesita poco para vivir, y aunque tenga necesidad de alimentos, como
cualquier otro animal, y de ropa para vestirse, se sostiene con escasísima
comida y se viste sin problemas. No es la necesidad el motivo de la avaricia,
sino la soberbia y la ambición, porque si los hombres intentaran conseguir
solamente lo necesario, lo tendrían. Pero tan pronto como empiezan a prosperar
económicamente, en seguida cambian su estado social: el empleado se hace
comerciante; el comerciante, militar; el militar, magnate: el magnate se hace
príncipe. Y así, al crecer la categoría, crece más aún la pompa; y al crecer
ésta, crece la avaricia, no para hacer frente a las necesidades, sino para
mantener el lujo, para las comidas ostentosas, el vestuario, las casas, la
familia, las vajillas, el boato y los dispendios suntuosos.[72]
Tomás relaciona
la soberbia con el deseo de riquezas, con el lujo. La soberbia no sólo es un
pecado, sino también la raíz de otros pecados. Así, el soberbio es avaricioso
porque tiene que mantener una vida de ostentación. Además, la soberbia es un
vicio peligroso, entre otras razones, porque es un vicio público. “De la
soberbia no nos avergonzamos como de otros defectos. Es más, de ella hasta nos
jactamos: adquirimos y nos ponemos lujosos trajes, alardeamos de casas, de
vajillas, tapicerías y demás cosas que resaltan el fasto, nos regodeamos
públicamente de nuestros cargos, de nuestras riquezas, de nuestro apellido, de
las privanzas, de nuestro poderío, y así, cuanto más lejos está de dolernos y
abochornarnos este vicio, tanto más lejana está su curación”.[73]
Varias son las
manifestaciones de la avaricia en el campo de la actividad económica: los
engaños y fraudes en el comercio, la usura, los cambios, etc. En concreto con
respecto a la usura, siguiendo la tradición de la Iglesia, además de proclamar
lo abominable que es, hace la siguiente comparación. “Dime, si fuesen dos
hermanos, que tienen igual derecho a una hacienda, si el uno de ellos con
engaño quisiese vender de la hacienda que es común a los dos, diríais que le
hace muy grande injusticia y sinrazón. Eso haces tú, porque el tiempo común es
del pobre y del rico. Pues tú se lo vendes, que por dilación o el anticipar le
llevaste más del justo precio; el tiempo vendes. Vendes al fin lo que es común
al pobre y a ti, y ¿qué mayor sinrazón?”.[74]
Con respecto a
los cambios Villanueva apenas se detiene, pero sus palabras merecen ser tenidas
en cuenta. “Los que tratáis en cambios no lo hagáis sin consejo. Bien sé que ya
los que los tratan son en este caso teólogos, que saben cuándo es lícito y
cuándo no. De mi consejo, trata lo menos que pudiereis en ellos”.[75]
Sin duda, los
ricos a los que se dirige el Santo de los pobres son principalmente los
mercaderes, figura a la que nos hemos referido en páginas anteriores. Aunque la
crítica a la corrupción de los mercaderes era lugar común de la predicación
española, en Tomás de Villanueva vemos un carácter diferente, lejos de las
generalizaciones y exageraciones de otros predicadores.[76]
Resulta sumamente ilustrativo el juicio que le merece la actividad comercial.
Nuestro autor distingue dos tipos de comerciantes: los grandes mercaderes y los
comerciantes al por menor. “Hay dos maneras de gente que tratan: Unos en
grueso, como son mercaderes, que traen y llevan mercadurías”.[77]
Sobre estos grandes mercaderes, el pensamiento de Villanueva coincide con las
tesis de la Escuela de Salamanca.[78]
Comerciar es algo tan peligroso moralmente que es necesario recordar a los
fieles las condiciones señaladas por santo Tomás de Aquino para que el
intercambio fuera lícito. La primera, que la ganancia sea moderada y
proporcione lo necesario para vivir dignamente según su condición. Por eso, son
reprobables los que procuran comprar lo más barato que pueden y que venden caro.
La segunda condición es que el negociar sea con la intención de socorrer a los
pobres. Y la tercera condición es que sea con intención de aprovechar a la
república contra los que sacan del país las provisiones necesarias.[79]
El segundo tipo
de comerciantes es el de los que tratan
en menudo. Su peligro está en que pueden incurrir en diferentes formas de
engaño en la compraventa. “El uno cuando se vende uno por otro, como el vino
aguado por puro, las drogas de menor virtud por mayor virtud, el oro falso por
puro”[80].
Es decir, el fraude y la adulteración de los productos. Es engaño “también
cuando vendes una cosa ruin por buena, como acaece en si vendes una cabalgadura
que tiene alguna enfermedad oculta, como si fuese sana o que tiene más años
como de menos, si vendes los esclavos inútiles, que afeitas de tal manera que
parecen mejor”[81].
Otras prácticas fraudulentas que nos presenta nuestro santo reflejan la
picaresca de la época: el engaño en los pesos y medidas, o el mojar para que
pese más la seda, mezclando azafrán con miel. Contra estos engaños está el
remedio de la oración. “Este había de ser tu cuidado, mercader, para no engañar
a nadie, luego de mañana encomendar tus negocios a Dios”.[82]
La reflexión a la
que le lleva todo ello es un tanto pesimista. “Es lástima que ya no saben
tratar las gentes sin engañarse. Vio san Juan aquella bestia que dio pregón.
Que nadie pueda comprar ni vender si no lleva la marca con el nombre de la
fiera o la cifra de su nombre. La bestia es la avaricia: su señal o carácter es
el engaño, y su nombre es la mentira. Nadie puede comprar ni vender no teniendo
esta señal; porque raro sin mentir ni sin engaño se compra o se vende”.[83]
VII. Conclusiones
Tomás de
Villanueva se manifestó siempre en plena comunión con la tradición de la
Iglesia con respecto a la propiedad y distribución de la riqueza. Su
perspectiva era moral, pero no por ello menos aguda para captar los recovecos
de la actividad económica. Por otra parte, como hombre con una excelente
formación humanística, llegó a destacar por su aguda capacidad de observación
de la sociedad en la que vivió. Su labor predicadora sobresalió claramente en
un momento histórico que ha sido definido como la Edad Dorada de la predicación
española.[84]
En su esfuerzo
por denunciar los comportamientos que con respecto a la riqueza eran moralmente
reprobables y lograr un cambio de conducta, podemos encontrar una fuente muy
valiosa para conocer con más profundidad una mentalidad que con sus luces y
sombras se iba abriendo camino en los primeros tiempos de la modernidad y que
influiría profundamente en la cultura occidental hasta adquirir un nombre
propio: la mentalidad burguesa.
Tomás de
Villanueva alertó de los peligros de poseer abundantes riquezas, pero, sobre
todo, denunció implacablemente la codicia y la avaricia de quienes,
beneficiándose del crecimiento económico provocado por la expansión de la
economía capitalista, se habían hecho ricos. Nuestro santo no sólo fustigó su
actitud renuente a compartir sus ganancias con los más necesitados, sino que
también puso en evidencia cómo los comportamientos de estos ricos conducían la
mayoría de las veces a llevar una vida lejos de la felicidad a la que
aspiraban.
Puede parecer que
el trabajo de Villanueva y otros predicadores fue un esfuerzo inútil, pues, al
final, el reconocimiento social al que aspiraba este nuevo grupo humano se
logró con creces y la avaricia no fue erradicada. Pero tenemos muchas
evidencias sobre la influencia real de los predicadores en general y de Tomás
de Villanueva en particular. El P. Salón, relatando el impacto de la
predicación de Tomás, no deja de mencionar los cambios en la conducta de muchos
de los ricos mercaderes que escuchaban a nuestro santo:
En cualquier
ciudad o pueblo donde llegaba era cosa notable, luego que predicaba allí este
siervo de Dios, el efecto que hacían sus sermones era tan visible que se veían
luego convertirse grandes y escandalosos pecadores, remediarse los vicios
públicos y de todos los estados acabarse enemistades y bandos antiguos; mercaderes
y gente de tratos peligrosos, desengañados y atemorizados con su doctrina,
mudar el uso de sus negocios y para asegurar sus conciencias hacer grandes
descargos y restituciones; las personas nobles y de estado, hacer manifiesta
enmienda de sus vidas, trocando sus paseos, juegos, galas y vanidades en
recogimiento, honestidad, limosnas, oración y frecuencia de sacramentos.[85]
La generosidad de
la sociedad española del siglo XVI hacia los más desfavorecidos en forma de
limosnas, hospitales, obras pías y otras fundaciones es algo que está fuera de
toda duda. Por otra parte, la acción social fue también haciéndose cada vez más
intensa en los siglos posteriores a nuestro Santo, pasando a ser no sólo obra
de los particulares, sino también responsabilidad de los poderes públicos.
Así pues, creemos
haber mostrado en estas páginas cómo a partir del pensamiento de santo Tomás de
Villanueva se puede observar desde una perspectiva diferente pero
complementaria a la de los grandes teólogos y filósofos escolásticos la fractura
que a comienzos del siglo XVI se estaba dando en España. Fractura entre una
mentalidad de tipo tradicional, alimentada por la doctrina de la Iglesia y
renovada por el pensamiento escolástico, y unas actitudes y conductas por parte
de quienes, beneficiándose de las oportunidades que generaba la expansión del
capitalismo mercantil, deseaban no sólo encontrar reconocimiento social a sus
acciones sino también cambiar ese mismo orden social.
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Clemente López González
Facultad de Ciencia
Jurídicas y Empresariales
Universidad Francisco de
Vitoria
Carretera Pozuelo –
Majadahonda, Km. 1,8
28223 Pozuelo de Alarcón,
Madrid (España)
https://orcid.org/0000-0002-7974-3661.
José Ignacio Ruiz Rodríguez
Departamento de Historia y
Filosofía
Facultad de Filosofía y
Documentación
C/ Colegios, 2
28801 Alcalá de Henares,
Madrid (España)
https://orcid.org/0000-0002-8358-8211[86]
[1] Entendemos
cultura económica como el conjunto de ideas y creencias que comparte
mayoritariamente una sociedad sobre la dimensión económica de la acción
colectiva. O como lo define
Berger, “el medio ambiente cultural en el que están insertas las instituciones
y los procesos económicos”. Peter L. Berger, “Observaciones acerca de la
cultura económica”, Estudios Públicos,
40 (1990), 14.
[2] En
los últimos años, un equipo de agustinos ha realizado un importante trabajo de
recopilación y edición de los textos latinos del santo y su traducción al
español. El resultado ha sido la publicación de las Obras completas de Tomás de Villanueva en la BAC. Véase el Estudio
preliminar de Laureano Manrique que figura en el Tomo I. de las Obras Completas de Santo Tomás de Villanueva.
Obras Completas, Tomo I (Madrid: BAC,
2010), XI-XXXIX.
[3] Félix
Herrero Salgado y Miguel Ángel Núñez Beltrán, Predicadores y sermones en España (Siglos XVI-XX) (Madrid:
Fundación Universitaria Española, 2014), 12 y ss.
[4] Aunque
la tradición intelectual de la Universidad de Salamanca venía de tiempo atrás,
fue con la llegada de Francisco de Vitoria a la cátedra de Teología y su
explicación de esta disciplina no a partir de las Sentencias de Pedro Lombardo,
sino a partir de la Summa de Santo
Tomás de Aquino cuando se revolucionarían las aulas de tan insigne universidad
y se crearía una escuela con identidad propia. Por otra parte, Tomás de
Villanueva también conocía en profundidad el pensamiento del Aquinate. Sobre la
Escuela de Salamanca véase Miguel Anxo Pena González, “Aproximación histórica
al concepto Escuela de Salamanca”, Salmanticensis,
52 (2005), 50 y ss.
[5] Ésta
ha sido la razón por la que hemos preferido acercar al lector textos completos
de Tomás de Villanueva en vez de limitarnos a ofrecer un resumen o una breve
referencia.
[6] Henry
S. Spiegel, El desarrollo del pensamiento
económico (Barcelona: Omega, 1984), 77.
[7] Una
exposición más detallada de estos conceptos puede leerse en Werner Sombart, El burgués. Contribución a la historia
espiritual del hombre moderno (Madrid: Alianza Editorial, 1998), 253 y ss.
[8] La
cultura y lógica del beneficio es propia de un sistema capitalista. El sistema
feudal se rige por una lógica diferente.
[9] Los
bienes muebles: armas, armaduras, trajes, joyas de oro y plata, pedrería, se
movían con el guerrero. Véase Pedro Corominas, El sentimiento de la riqueza en Castilla (Madrid: Publicaciones de
la Residencia de Estudiantes, 1917), 121.
[10] Tomás
de Aquino, Suma de Teología, Parte I-II,
Cuestión 2 (Madrid: BAC, 1997), 48.
[11] Adolfo
Rodríguez Herrera, La riqueza. Historia
de una idea (Madrid: Maia Ediciones, 2015), 55.
[12] Otra
cosa era el proceso de cambio interno que afectaba a las relaciones entre el
hombre y Dios. En ese sentido, la vivencia y crecimiento de virtudes personales
relacionadas con lo económico, como era el caso de la prudencia, era algo
insistentemente defendido por santo Tomás. Esta dimensión moral y personal es
tan importante para el desarrollo de la cultura económica que Werner Sombart,
profundo conocedor de las ideas tomistas llegó a afirmar lo siguiente: “Estoy
convencido de que las teorías de los escolásticos . . . acerca de la riqueza y
el lucro, y en especial también sus opiniones acerca de la legitimidad o
ilegitimidad moral del cobro de intereses, no sólo no supusieron un obstáculo
para el desarrollo del espíritu capitalista, sino que contribuyeron a
fortalecerlo y fomentarlo”. Werner Sombart, El
burgués, op. cit., 252.
[13] Sobre
el desarrollo de la economía dineraria y la cultura del beneficio se puede
consultar el libro de José Ignacio Ruiz Rodríguez y Francisco Mochón, El colapso de occidente. Las crisis ante la
historia (Barcelona: Ediciones del Serbal, 2001).
[14] Lujo
es todo gasto o dispendio que está por encima de lo necesario. Puede tomar la
forma de derroche o de refinamiento y puede tener una finalidad idealista como
dar gloria a Dios con un cáliz de plata o egoísta y materialista. En estas
páginas nos referimos al lujo egoísta. Véase Werner Sombart, Lujo y capitalismo (Madrid: Alianza
Editorial, 1979), 63.
[15] Henry
S. Spiegel, op. cit., 100.
[16] Véase
el libro de Bronislaw Geremec, La piedad
y la horca (Madrid: Alianza Editorial, 1989).
[17] Véase
José Antonio Maravall, Estado moderno y
mentalidad social, Tomo II
(Madrid: Ediciones de la Revista de Occidente, 1972), 58.
[18] Manuel
Lázaro Pulido, “Una reflexión sobre la tradición y modernidad en Alfonso de
Castro a propósito de la ley”, Cauriensia,
XIII (2018), 461. Alfonso de Castro, alumno de Francisco de Vitoria, fue como
Tomás de Villanueva, un gran predicador.
[19] Robert
Heilbroner y William Milberg, La
evolución de la sociedad económica (México: Prentice Hall, 1999), 26 y ss.
[20] José
Luis Cendejas, “Justicia, mercado y precio en Francisco de Vitoria”, Revista Empresa y Humanismo, XXI.1
(2018), 13.
[21] José
Antonio Maravall, op. cit., 122.
[22] Johan
Huizinga, El otoño de la Edad Media
(Madrid: Alianza Editorial, 1982), 19.
[23] Francisco
de Vitoria, Sentencias morales
(Barcelona: Ediciones Fe, 1939), 216.
[24] Francisco
de Vitoria, Comentarios a la Secunda
Secundae de Santo Tomás, Tomo V (Salamanca: Biblioteca de Teólogos
Españoles, 1935), 257.
[25] Cuestiones
como la usura, el precio justo, etc. Marjorie Grice-Hutchinson, Ensayos sobre el pensamiento económico en
España (Madrid: Alianza Editorial, 1995), 53.
[26] Werner
Sombart, El burgués..., op. cit., 115.
[27] Francisco
Javier Campos, Santo Tomás de Villanueva. Universitario, Agustino y
Arzobispo en la España del Siglo XVI (Madrid: Ediciones Escurialenses,
2001), 25.
[28] No
existe unanimidad si fue en 1509 o 1510 cuando Tomás de Villanueva consiguió su
licenciatura en Artes. Véase Carolina Lorente Villalba, Tomás García Martínez, Santo Tomás de Villanueva (Alcalá de
Henares: Universidad de Alcalá, 1986), 21.
[29] Francisco
Javier Campos, op. cit., 56.
[30] Miguel Bartolomé Salón,
Libro de la Vida y Milagros de Santo Tomás de Villanueva, arzobispo de Valencia
(Madrid, 1793), 13.
[31] Antonio
Cañizares Llovera, Santo Tomás de
Villanueva. Testigo de la predicación española del siglo XVI (Madrid:
Instituto Superior de Pastoral, 1973), 114.
[32] Javier
López de Goicoechea Zabala, “Santo Tomás de Villanueva y el ambiente
intelectual de su tiempo”, en Francisco Javier Campos (coord.), La Iglesia y el Mundo Hispánico en tiempos
de Santo Tomás de Villanueva (1486-1555) (Madrid: Ediciones Escurialenses,
2018), 176.
[33] Tomás
sigue a san Bernardo en su interpretación de los bienes de la naturaleza. “Pues
Dios creó para todos los hombres el cielo y la tierra, todo lo hizo común.
Vosotros usurpáis lo superfluo, y porque tenéis mucho, a nosotros nos falta lo
necesario”. Tomás de Villanueva. Obras
Completas, Tomo IX, Conción 398 (Madrid: BAC, 2014), 41.
[34] Tomás
de Villanueva. Obras Completas, Tomo IV,
Conción 174 (Madrid: BAC, 2012), 285.
[35] Tomás
de Villanueva, Obras Completas, Tomo IV,
Conción 174 (Madrid: BAC, 2012), 285. Sigue así los planteamientos de Tomás
de Aquino. Tomás de Aquino, Suma de
Teología, Parte II-II, Cuestión 66, a.2 (Madrid: BAC, 1990), 544.
[36] Véase
José Barrientos García, “El pensamiento económico en la perspectiva
filosófico-teológica”, en Francisco Gómez Camacho y Ricardo Robledo (Eds.), El pensamiento económico de la Escuela de
Salamanca (Salamanca: Ediciones de la Universidad de Salamanca, 1998), 101.
[37] Tomás
de Villanueva, Obras Completas, Tomo IV,
Conción 174 (Madrid: BAC, 2012), 285.
[38] Tomás
de Villanueva, Obras Completas, Tomo III,
Conción 143 (Madrid: BAC, 2011), 649.
[39] Tomás
de Villanueva, Obras Completas, Tomo V,
Conción 193 (Madrid: BAC, 2012), 21.
[40] “¿Por
qué las riquezas son espinas (a propósito de Lc 8,14)? Sin duda porque, a pesar
de que en un momento dado sean atractivas, sin embargo, al cambio del tiempo
terminan por dar tortura. Son al principio como una hierba normal, pero cuando
se ponen duras, producen pincho”. Tomás de Villanueva, Obras Completas, Tomo II, Conción 48 (Madrid: BAC, 2011), 127.
[41] Tomás
de Villanueva, Obras Completas, Tomo II,
Conción 49 (Madrid: BAC, 2011), 145.
[42] Tomás
de Villanueva, Obras Completas, Tomo V,
Conción 209 (Madrid: BAC, 2012), 221.
[43] Tomás
de Villanueva, Obras Completas, Tomo
VIII, Conción 305 (Madrid: BAC, 2013), 189.
[44] Nótese
la coincidencia de esta visión del valor con la teoría del valor de Francisco
de Vitoria. Marjorie Grice-Hutchinson, op.
cit., 54 y ss.
[45] Tomás
de Villanueva, Obras Completas, Tomo IX,
Conción 406 (Madrid: BAC, 2013), 107.
[46] Tomás
de Villanueva, Obras Completas, Tomo III,
Conción 102 (Madrid: BAC, 2011), 73.
[47] Tomás
de Villanueva, Obras Completas, Tomo III,
Conción 102 (Madrid: BAC, 2011), 83.
[48] Tomás
de Villanueva, Obras Completas, Tomo III,
Conción 102 (Madrid: BAC, 2011), 74. Por otra parte, no eran extraños los
casos de mercaderes que llevaban el estilo de vida que predicaba Tomás de
Villanueva, como nos recuerda Julio Caro Baroja en Las formas complejas de la vida religiosa. Religión, sociedad y
carácter en la España de los siglos XVI y XVII (Madrid: Sarpe, 1985), 391 y
ss.
[49] Tomás
de Villanueva, Obras Completas, Tomo II,
Conción 45 (Madrid: BAC, 2011), 75.
[50] Tomás
de Villanueva, Obras Completas, Tomo IX,
Conción 3 (Madrid: BAC, 2014), 427.
[51] Tomás
de Villanueva, Obras Completas, Tomo IX,
Conción 3 (Madrid: BAC, 2014), 427.
[52] Tomás
de Villanueva, Obras Completas, Tomo III,
Conción 103 (Madrid: BAC, 2011), 87.
[53] Tomás
de Villanueva, Obras Completas, Tomo IX,
Conción 3 (Madrid: BAC, 2014), 426.
[54] Tomás
de Villanueva, Obras Completas, Tomo IX,
Conción 427 (Madrid: BAC, 2014), 275.
[55] Sobre
la limosna a los pobres en Tomás de Villanueva véase Clemente López González y
José Ignacio Ruiz Rodríguez, “Caridad, misericordia y transferencia voluntaria
de renta en la España del Siglo XVI. La predicación y la limosna en Santo Tomás
de Villanueva”, en Francisco Javier Campos (coord.), La Iglesia y el Mundo Hispánico en tiempos de Santo Tomás de Villanueva
(1486-1555) (Madrid: Ediciones Escurialenses, 2018).
[56] Tomás
de Villanueva, Obras Completas, Tomo V,
Conción 199 (Madrid: BAC, 2012), 91.
[57] Tomás
de Villanueva, Obras Completas, Tomo V,
Conción 199 (Madrid: BAC, 2012), 91.
[58] Tomás
de Villanueva, Obras Completas, Tomo V,
Conción 199 (Madrid: BAC, 2012), 91.
[59] Tomás
de Villanueva, Obras Completas, Tomo IX,
Conción 398 (Madrid: BAC, 2014), 41.
[60] Tomás
de Villanueva, Obras Completas, Tomo IX,
Conción 428 (Madrid: BAC, 2014), 281.
[61] Tomás
de Villanueva, Obras Completas, Tomo IX,
Conción 428 (Madrid: BAC, 2014), 281.
[62] Tomás
de Villanueva, Obras Completas, Tomo IX,
Conción 428 (Madrid: BAC, 2014), 281.
[63] Tomás
de Villanueva, Obras Completas, Tomo II,
Conción 84 (Madrid: BAC, 2011), 577.
[64] Tomás
de Villanueva, Obras Completas, Tomo II,
Conción 84 (Madrid: BAC, 2011), 577.
[65] Tomás
de Villanueva, Obras Completas, Tomo II, Conción
84 (Madrid: BAC, 2011), 571.
[66] Tomás
de Villanueva, Obras Completas, Tomo II,
Conción 84 (Madrid: BAC, 2011), 571.
[67] Tomás
de Villanueva, Obras Completas, Tomo II,
Conción 84 (Madrid: BAC, 2011), 577.
[68] Tomás
de Villanueva, Obras Completas, Tomo II,
Conción 84 (Madrid: BAC, 2011), 577.
[69] Tomás
de Villanueva, Obras Completas, Tomo II,
Conción 84 (Madrid: BAC, 2011), 577.
[70] Tomás
de Villanueva, Obras Completas, Tomo II,
Conción 84 (Madrid: BAC, 2011), 577.
[71] Tomás
de Villanueva, Obras Completas, Tomo IX,
Conción 428 (Madrid: BAC, 2014), 281.
[72] Tomás
de Villanueva, Obras Completas, Tomo II,
Conción 84 (Madrid: BAC, 2011), 577.
[73] Tomás
de Villanueva, Obras Completas, Tomo III,
Conción 100 (Madrid: BAC, 2011), 21.
[74] Tomás
de Villanueva, Obras Completas, Tomo IX,
Conción 430 (Madrid: BAC, 2014), 297. La usura, por otra parte, fue uno de
los temas de ámbito económico más tratados por Francisco de Vitoria. Véase sus
comentarios a la Cuestión 77 de la Suma Teológica de santo Tomás. Su texto traducido
puede leerse en Contratos y Usura
(Pamplona: Eunsa, 2006), 135 y ss.
[75] Tomás
de Villanueva, Obras Completas, Tomo IX,
Conción 433 (Madrid: BAC, 2014), 321.
[76] Véase
Julio Caro Baroja, op. cit., 383 y
ss.
[77] Tomás
de Villanueva, Obras Completas, Tomo IX,
Conción 429 (Madrid: BAC, 2014), 289.
[78] Véase
Abelardo del Vigo Gutiérrez, “Ética y mercados en la Escuela de Salamanca”, en
José-Román Flecha, Europa, ¿mercado o
comunidad? De la Escuela de Salamanca a la Europa del futuro (Salamanca:
Publicaciones Universidad Pontificia de Salamanca, 1999), 15.
[79] Tomás
de Villanueva, Obras Completas, Tomo IX,
Conción 429 (Madrid: BAC, 2014), 289. El texto de Tomás de Aquino se
encuentra en la Suma de Teología, Parte
II-II, Cuestión 77, 600.
[80] Tomás
de Villanueva, Obras Completas, Tomo IX,
Conción 429 (Madrid: BAC, 2014), 289.
[81] Tomás
de Villanueva, Obras Completas, Tomo IX,
Conción 429 (Madrid: BAC, 2014), 289.
[82] Tomás
de Villanueva, Obras Completas, Tomo IX,
Conción 429 (Madrid: BAC, 2014), 289.
[83] Tomás
de Villanueva, Obras Completas, Tomo IX,
Conción 429 (Madrid: BAC, 2014), 289.
[84] Véase
Félix Herrero Salgado, La oratoria
sagrada en los siglos XVI y XVII (Madrid: Fundación Universitaria Española,
1996), 118.
[85] Miguel
Bartolomé Salón, op cit., 31.